El hábito de todos los frailes mendicantes, cuyo modelo era el hábito monástico, debía ser realizado con materiales sencillos, ni trabajados ni teñidos y sin adornos, como señal de pobreza. Por la misma razón, las ropas íntimas también eran de tejidos sencillos y en los pies los frailes podían calzar, fuera del monasterio, zapatos de cuero simple mientras que al interior de las cellas podrían traer pantunflas de paño; pero la mayoria de las veces estaban descalzos. Como signo de humillación,en muchos casos, era obligatoria la tonsura – es decir el corte rapado a corona de los cabellos- y estaba prohibida la barba,que era considerada símbolo de nobleza.
En general el hábito de los frailes estaba compuesto de:
-una saya con mangas anchas que descendia hasta los tobillos;
-un capucho que cubría la cabeza y la espalda y normalmente acababa con una punta;
-un escapulario, es decir una pieza de tela, una tira que corría a lo largo de la saya por enfrente y por detrás y abierta en el centro para el pasaje de la cabeza debiéndosele llevar ya sea por el día que por la noche;
-una capa, una especie de manto que cubría todo el hábito y se abría enfrente para mostrar los colores y la forma del escapulario, signos identificativos de la Orden.
El hábito del fraile era el signo exterior de su propia consagración a Dios y por eso le debían llevar siempre y con continuidad, hasta por la noche. Los vestidos eran casi “sagrados” y hasta el siglo X se difundió una fuerte veneración hacia los hábitos religiosos que, bendecidos o llevados en punto de muerte, podían ofrecer al fiel la seguridad de la salvación eterna o la indulgencia de sus pecados.
El hábito daba al fraile particulares privilegios como la protección contra los peligros y el pecado, la liberación de las penas del Purgatorio (el privilegio sabatino para los carmelitanos) o la seguridad que la Orden duraría hasta el final de los tiempos.