La Basilica de San Bernardino a la Observancia
Bernardino Predicador
Bernardino, aristocrático por nacimiento, tuvó el dono particular de poder anular lejanias entre él y su público, haciendo fácil para todos su experiencia de fe.
A través de sus sermones públicos, hechos con un lenguaje simple, Ĕl quería difundir las verdades del Evangelio y la virtud de la caridad. Desde lo alto de los púlpitos erigidos en las principales ciudades del centro y norte de Italia, Bernardino remarcaba la corrupción de sus contemporáneos utilizando las inusuales armas de la ironía y la exhortación. El poder de sus palabras era tan fuerte que causaba reacciones inmediatas, conversiones y pacificaciones. La gente llegaba desde muy lejos, para escuchar a este hombre grácil, con el viso demacrado pero como dicen las fuentes de la época, dotado de una voz portentosa.
Su fuerte capacidad comunicativa ha sido testimoniada por un ciclo de sermones en la plaza del Campo en Siena desde el 15 de agosto hasta el 5 de octubre de 1427 y recogidas por el humilde despuntador de tejidos Benedetto de Bartolomeo que hasta reprodujo las exclamaciones y los gestos del Santo orador.
Consciente que no podía imponer a los fieles el austero ideal de la Observancia franciscana que animaba sus pasos, Ĕl proponía el respeto de los ideales de equilibrio, orden y armonía que ya un siglo antes el pintor
Ambrogio Lorenzetti había traducido en pintura en los maravillosos frescos con las alegorías y los efectos del buen y mal gobierno en el Palacio del Ayuntamiento de Siena.
Durante uno de sus sermones, refiriéndose explícitamente a esta obra maestra, Bernardino confesó de haberse inspirado en ella, para predicar la idea de paz, como base del bienestar social.
El Santo tuvo un papel determinante en el renovamiento de la forma de predicar, gracias a la introducción de la técnica del exemplum, es decir «essempli grossi e palpabili» (“ejemplos grandes y palpables”) inspirados en la historia pasada y sobre todo en la vida cotidiana, en los episodios de crónica y en las costumbres difundidas entre sus coterráneos.
A través de estos ejemplos, el grande franciscano hizo coincidir la solidez de sus sermones con la limpidez y eficacia de la forma, traduciendo las grandes verdades de Fe con un lenguaje personalísimo.