El primer episodio representa a Lapa, madre de Catalina, que observa a su hija subir las escaleras levitando, dándose cuenta de la diferencia de la niña con respecto a los otros hijos. La muy precoz vocación de Catalina fue motivo de fuertes contrastes con la familia, sobre todo con la madre, que juzgaba el comportamiento de la hija pueril fanatismo e intentaba hacerla desistir de su propósito.
Decidió de casarla y buscarle un marido pero, tras varias riñas, Catalina mantuvo la irrevocabilidad de su decisión y se cortó el pelo, hecho que se consideraba indecoroso para una muchacha en aquellos tiempos. En la escena sucesiva, se ve a Catalina en el momento de cortarse su largo pelo, delante de un fraile dominico, Tommaso della Fonte, cuyas palabras la incitaron a este gesto.
Ante su posición, para doblegarla, la madre le impuso los trabajos domésticos más duros y le prohibió el recogimiento y la oración, también la privó de su dormitorio personal y la obligó a dormir con uno de los hermanos, esperando que sentase la cabeza sin un lugar donde seguir con sus “imaginaciones”. La joven no se rebeló, sino que obedeció dócilmente, realizando todos los trabajos y sostituyendo la habitación con una celda espiritual, continuando interiormente a conversar con Cristo.
La oposición de la familia terminó cuando el padre Jacopo la sorprendió rezando con la paloma del Espíritu Santo que aleteaba sobre su cabeza, episodio que vemos en el fresco sucesivo. Convencido de la verdadera vocación de su hija, el padre obligó a su mujer para que dejase plena libertad a la voluntad de Catalina de consagrarse a Cristo.
Los frescos continúan en la pared contigua a la celda: a la izquierda, Santa Catalina regala su manto a Jesucristo que se le aparece como un pobre y, a la derecha, Jesús que ofrece a Catalina una corona de oro y otra de espinas; la Santa coge la de espinas, eligiendo una vida de dedicación a la penitencia, a la oración y a la caridad hacia el prójimo.