Inaugurada en Abril de 2006, es un espacio pensado para la celebración del sacramento de la Penitencia, donde reina el silencio y el recogimiento. Los arquitectos de Siena que la han proyectado, Betti, Fineschi y Lamoretti, han pensado a un ambiente inundado de luz, que entra por un óculo de cristal blanco situado en el techo, la misma luz que simboliza la Gracia de Dios y que brota de su misericordia dispensada generosamente en el sacramento de la Penitencia.
A la derecha de la entrada hay una pila del agua bendita en forma de nave del artista Alberto Inglesi, cargada de simbolismos cristianos. La nave representa la Iglesia y el agua que contiene recuerda el Bautismo. La nave/Iglesia, mecida por las olas de la historia, ofrece el agua de la vida del Bautismo y de la Gracia de Dios.
En la pared mayor, un fresco del artista Ezio Pollai representa la Crucifixión de Jesús, según la lectura simbólica del Evangelio de San Juan. La inscripción de la cruz (en las tres lenguas: hebreo, griego y latín) testimonia que Cristo ha muerto por todos, dirigiendo su mensaje de amor evangélico a todos los pueblos y a todas las culturas. La cabeza reclinada de Jesús expresa la libre voluntad de aceptar la oferta de amor, la postura del cuerpo pegada a la cruz no simboliza la dramaticidad del evento, sino la entronización real de Cristo. De hecho, la cruz en el Evangelio de San Juan no es un patíbulo, sino un trono desde el que Cristo reina: “cuando ascenderé de la tierra, atraeré todos a mí” (Gv 12, 32). El artista expresa la incomprensión de los hombres ante la muerte del Hijo de Dios y el rechazo de su mensaje de amor volviendo de espaldas a los dos hombres crucificados a sus lados. En cambio, abrazando en adoración la madera de la cruz, Santa Catalina se adueña del misterio de su Amor crucificado. Más abajo, San Francisco alza la mirada hacia el Señor, en mística visión. A la izquierda de la cruz, está María desgarrada por el dolor con Juan, el discípulo predilecto, que le sostiene la cabeza. A la derecha de la cruz, la escena de la división de las vestimentas de Cristo: la actitud rabiosa de los soldados muestra la insensibilidad frente al misterio del don de la vida del Hijo de Dios. A la base de la cruz del ladrón de la derecha, la experiencia humana del dolor se define a través de una figura de mujer que se cubre la cara; un poquito más arriba, la imagen de la carestía simbolizada por el cuerpo descarnado de un hijo, que una mujer de rasgos africanos tiene sobre las espaldas.
A la izquierda de la crucifixión, dos episodios evangélicos que nos ayudan a comprender el infinito amor de Dios. El primero es la parábola del “Buen Samaritano” (Lc 10, 29-37) que, desmontando de su cabalgadura, socorrió a un hombre al que le habían maltratado y robado por el camino, mientras a poca distancia, despreocupándose del desventurado, el sacerdote y el levita se perdían en cuestiones religiosas y teológicas, sin concretar los contenidos de aquella fe que estaban discutiendo. El otro episodio es el de la adúltera perdonada por el Señor (Gv 8, 1-11) que manifiesta la gran misericordia de Dios.
Al lado de la cruz de la derecha, se admiran dos escenas antitéticas: la primera es la del mercenario que no se interesa por el rebaño que debería de proteger, sino que huye a la vista de los lobos (cfr. Gv 10, 12s); el mercenario representa al hombre que no se apropia del mensaje de amor de la cruz: la necesidad de un amor gratuito frente a los otros, un amor que da la vida y no usa al prójimo. La otra escena en antítesis representa la parábola del “hijo pródigo” o del “padre misericordioso” (cfr. Lc 15, 11-32) que narra del hijo que huye de la casa paternal y, encontrándose en dificultad, regresa y es acogido amorosamente por el padre. La escena expresa la misericordia de Dios hacia los hijos que vuelven a Él, no obstante estén concienciados de los errores cometidos. Es de notar que el artista ha reproducido en el rostro del padre misericordioso las facciones del Beato Juan Pablo II, afirmando de esta manera la identidad del verdadero pastor en oposición al mercenario.
El ángulo derecho del gran fresco está dedicado a la aparición de Cristo resucitado a los apóstoles la tarde de Pascua, escena que nos comunica el mensaje de la crucifixión: el don de la vida y la remisión de los pecados que Cristo Resucitado dispensa generosamente. La cruz no es la última palabra de Jesús, es como el grano que muere para dar fruto (Gv 12,24).