Basílica de Santo Domingo

Los dominicos en Siena

La Orden nació a principios del siglo XIII en Languedoc (Francia ) por obra de Santo Domingo de Guzmán: su finalidad era la de luchar contra la herejía cátara. Domingo y sus compañeros eligieron luchar contra las doctrinas heréticas por medio de la predicación y por medio del ejemplo de una severa ascesis personal, viviendo en pobreza y mendicidad. Para confutar las doctrinas heterodoxas era necesario que los predicadores, además de ser ejemplarmente pobres, tuviesen también una sólida preparación cultural. Los conventos de los dominicos se convirtieron en importantes centros de estudios teológicos y bíblicos. Pertenecieron a esta orden algunos de los teólogos medievales más importantes, como Santo Tomás de Aquino y San Alberto Magno.

Los primeros frailes llegaron a Siena siguiendo el fundador Domingo de Guzmán alrededor de 1215-1216, cuando él fue a Roma para la aprobación de la Regla de la Orden de los Predicadores por Papa Honorio III, el 22 de Diciembre de 1216. En principio, el grupo de frailes encontró hospitalidad en la parte sur de la ciudad: después, el senese Fortebraccio Malavolti les donó la colina de Camporegio para que construyesen su iglesia y su convento.

El asentamiento de los Dominicos en Siena está principalmente relacionado a la presencia de lo Studium, la actual Universidad, y al hecho de que la Orden tuviese por tareas la lucha contra las herejías y la salvación de las almas a través de la predicación y de la enseñanza. La presencia de los Dominicos en las principales ciudades europeas y sedes universitarias se debe de manera particular a su dedicación a la enseñanza.

La construcción tanto de la iglesia como del convento acabó hacia 1262-1265. La iglesia, muy grande, debía responder a la exigencia de una nueva evangelización y debía adaptarse para acoger la multitud de personas que iban a escuchar las predicaciones de los frailes Predicadores o Dominicos.

Las leyes del Gran Duque Leopoldo suprimieron el convento y en 1786 se convirtió en monasterio benedictino hasta 1912, cuando los benedictinos lo abandonaron. En 1920 los padres dominicos pudieron regresar a su iglesia y a su convento, donde residen actualmente, y conservan la memoria de la espiritualidad de Santa Catalina de Siena.